martes, 25 de julio de 2017

Cuento del laberinto


Sobre la construcción del gran laberinto que es el mundo hay dos teorías. Una dice que se construyó de dentro hacia fuera y que el arquitecto desapareció en el momento en que quiso comprobar la calidad de su construcción, introduciéndose en él para alcanzar el centro y, después salir, sin éxito. Otra dice que fue construido desde fuera hacia dentro y que el arquitecto quedó atrapado en su interior, incapaz de hallar el camino de salida, perdido para siempre. 
¿Y nosotros, entonces? Nosotros, entonces, somos habitantes del laberinto, aun sin saberlo, criaturas también creadas por el arquitecto o, llevando a lo absoluto la idea, quizá seamos a la vez el arquitecto, el viajero curioso y el monstruo despiadado. Porque todo es uno y todo es lo mismo… Sin embargo, George L. Bourgeois, erudito autor de la famosa Crestomatía de las proporciones (Buenos Aires: Libro de Arena, 1986), propone otra teoría al respecto. El laberinto que es el mundo no tiene uno, sino múltiples centros, infinitos podríamos aventurar, y el arquitecto no es uno, sino muchos, tantos como habitantes. Todo lo que el mundo contiene es susceptible de convertirse en un nuevo e inexplorado callejón que se abre en el intrincado diseño de ese laberinto que, de ser comparado con alguna otra realidad, sería una caja china de dimensiones cósmicas cuya primera capa, o capa exterior, es inalcanzable, porque el mundo, no lo olvidemos, es parte de otro mundo que a su vez forma parte de otro… Cualquier reproducción, a escala o no, literal o figurada, total o parcial, no deja de ser uno de esos nuevos pasajes por donde nos podremos adentrar con la fingida intención de salir o alcanzar el centro, objetivos que hace tiempo se han convertido en opuestos e idénticos, porque todo es uno y todo es lo mismo
Mi vecina Felicidad, Feli, me mira a los ojos, furiosa, me lanza el folio a la cara y sale de casa exclamando, vete a hacer puñetas, Carlos, para este viaje no hacen falta alforjas, escribe de política, que, aunque harta, al menos se entiende, concho.



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