jueves, 28 de junio de 2018

Pregón (1ª parte)


Lo he dicho ya en alguna otra ocasión. Las fiestas -las de cualquier municipio en general y las de Parla en particular- deberían ser otra cosa. Comparto el componente ocioso y de divertimento que tienen, me parece bien la parte espectacular, acepto la referencia a algunas tradiciones, la vertiente religiosa incluso. Sin embargo, lamento y denuncio la inercia, la pasividad, el conformismo..., de quienes piensan, organizan y desarrollan las fiestas, porque lo único en lo que trabajan es en lo fácil, lo rutinario, lo agradecido: las fiestas, esa época del año en que se va a la feria, se toma algo en alguna caseta, se asiste a algún concierto gratuito, se saca a la Virgen en procesión, se participa en un campeonato de mus… La atemporalidad de las fiestas. Para qué nos vamos a complicar la vida si la participación -ese medidor tan socorrido del éxito- está asegurada. Lo primordial es pasarlo bien haciendo lo que suele hacerse. Con lo que cuesta y lo arriesgado que es incorporar nuevas ideas, o intentar asociar ocio y cultura más allá de lo previsible y estereotipado, o actualizar la fiesta con los nuevos vecinos, o recuperar la calle y los barrios como espacios festivos, o pretender hacer comunidad y generar sentido de pertenencia, arraigo, sin tener la garantía del éxito… En Parla lo teníamos muy fácil con Las Fiestas del Agua, que ya poseen en su esencia el carácter social y fueron durante tiempo fiestas de y en los barrios... Ay, qué tiempos aquellos en que el vecino no tenía que ir a buscar la fiesta, porque el barrio era el recinto ferial… Imagino ahora, por un momento, unas fiestas desparramadas por la ciudad, nutridas con la participación activa de los vecinos, con la oferta multicultural que nos conforma, la comida, el arte, el color, el movimiento, sin fin, y me da algo. Pero no, qué va. Es mucho mejor que sean los feriantes los que nos las diseñen. Ellos saben lo que queremos.



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