Estimada lectora, estimado lector. Cuando leas esto ya no estaré aquí. Habré desaparecido.
Ya no seré yo... Tú tampoco. Seremos otro. Otras personas. Quizá no seamos
personas siquiera, sino ideas, entes, conceptos abstractos. Bueno, en realidad
seremos algo mucho más concreto y práctico. Seremos votos. Seremos votos en
plena campaña electoral. Seremos todo, Todo, por unos días. Los quince minutos
de gloria que todo mortal tiene, o debería tener, en su vida, serán ahora y
durarán quince días. Ya puedo sentirlo. Los candidatos (las candidatas están
aprendiendo todavía, según parece) nos han convertido en sustantivos abstractos
a los que dirigir sus conjuros. Somos abstractos, pero abstractos contables,
qué paradoja, contables en el recuento. Somos Todo y ser Todo tiene ventajas,
sobre todo para nuestro ego de seres abstractos contables y prácticos. Nos
sentimos señalados por los candidatos, apelados por sus promesas, receptores
exclusivos de sus verdades incontestables, depositarios íntimos de sus
diatribas incendiarias. Y podemos contemplar el poder absoluto de los partidos
y sus aparatos sin enceguecer y sin alzar la vista, porque estamos a su altura,
somos sus iguales y adoptan la apariencia que deseamos que adopten. Son a
nuestra imagen y semejanza. Somos ellos, en comunión, en un todo. Porque somos
Todo y, por tanto, crédulos e infalibles, sin conflicto ni contradicción... En
efecto, durante quince días somos Todo y votaremos acertadamente sin remedio. Pero al día siguiente,
el día posterior, seremos Nada. Nada
de nuevo. Una Nada personal e intransferible que dudará y se interrogará ante el espejo, convaleciente, un día, otro día..., durante el tiempo que dure la nueva precampaña.
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