domingo, 28 de diciembre de 2008

Mierdas

Cuando la maldad se alía con la chapuza, puede producir auténticas aberraciones, cuando la crueldad se une a la ignorancia, se gesta un engendro; cuando un hijo de puta empuña una pistola, cualquier cabeza es diana. Cada vez que un etarra mata se acerca un poco más a su auténtica naturaleza de mierda, de ser una horrenda y despreciable mierda. La distancia que separa a un mierda etarra de una existencia mínimamente inteligente es tan grande que ninguna luz procedente de ésta alcanza a iluminar siquiera someramente la superficie de mierda de aquél, nunca llega. Las tinieblas más cenagosas y negras lo rodean, son su medio. Cada nuevo acto etarra aleja al terrorista, no ya del género humano, sino del ser vivo, lo cosifica hasta el punto de incluirlo en la misma dinámica que las leyes naturales aplican sobre todo lo visible y lo invisible. Así, despojado de toda atadura humana e incluso animal o vegetal, puede apuntar hacia cualquier lado, a cualquier objetivo, y matar a quien sea por el simple hecho de que pasaba por allí, vamos que se puede morir asesinado por un etarra igual que se puede morir descalabrado por una teja. Idéntica ideología. Y lo más extraño de todo es que a pesar del desprecio, de la rabia, de la náusea, que provocan estos mierdas, uno se siente importante, importante y seguro, porque vive en una sociedad que utiliza unos recursos importantes y seguros, basados en los más elementales derechos individuales y sociales y en los más deseables principios éticos, términos estos que a ellos, devenidos ya en definitivos seres mierda, se les escapan. Y se les escapan no sólo a ellos, cosificados, sino a las miles de moscardas cobardes y cómplices que con sus votos respaldan esas parodias de partidos políticos que pretenden institucionalizar el miedo y la coacción. Que no nos quepa la menor duda: nosotros somos los buenos; ellos, todos ellos, son los mierdas.

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