No hay piedad en los ojos del vencido
que yacente en la hierba mira a lo alto
y a falta de puñal clava sus ojos
en los del vencedor, que aparta el rostro.
Muere en esa actitud y el que está en pie,
práctico vencedor de la contienda,
no siente los laureles de la gloria
sino el calor del filo ensangrentado.
Muchos siglos después, otros guerreros
que no se ven los rostros, pues, ocultos
detrás de los fusiles automáticos,
guerrean a distancia conveniente,
heridos mortalmente caen al barro
y buscan con sus ojos otros ojos,
quizá de antepasados, que no encuentran,
donde posar la rabia que no entienden.
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2 comentarios:
ay, eres todo un clasicote. a un poema de la guerra le pega más el ritmo de un AK 47 no crees? esto no te suena un poco a espada y mosquetón?
Un abrazo.
supesses
Pues habrá más. Estoy recuperando los poemas publicados en la revista Zigzag durante tres años.
Y sí, claro que suena a espada y mosquetón. Defiendo la Iliada frente a Independence Day, por ejemplo. No tengo remedio.
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