jueves, 22 de enero de 2009

Feli en bici


A mi vecina Felicidad, Feli, le han regalado una bicicleta y casi todas las mañanas se va por ahí a dar una vuelta, a “robustecer estas dos columnas de alabastro” dice ella exactamente, palmeándose las piernas. Está una hora y pico rodando por calles, circunvalaciones y caminos, y cuando regresa a casa, sería de suponer que agotada a la par que satisfecha, me la encuentro más cabreada que un mico. Los motivos varían según el recorrido realizado. Así, unos días se escandaliza por los malditos badenes, “que te dejan el pandero indignado”; otras mañanas se indigna con las personas que invaden el escueto carril bici con el carrito del niño, el perro o simplemente porque lo adoptan como acera de la acera; otras veces, vuelve soliviantada por las cantidad de cacas de perro que hay sembradas en los espacios que, algún día, albergarán setos o zonas verdes, pero que de momento son cagaderos socialmente aceptados; pero todos los días se la llevan los demonios de los automóviles que le pasan rozando, como si la bicicleta fuese un obstáculo móvil que deben quitarse de en medio cuanto antes. “Tienes que escribir algo sobre los imbéciles al volante”, protesta. Le prometo que así lo haré, pero que ahora, mejor, hablamos de la bicicleta en la ciudad, de qué es preferible, diseñar carriles bici, con o sin obras, en calles ya existentes, carriles que sólo sirven para ir de paseo con los niños y mucho cuidado, o intentar promover la bici como vehículo, en igualdad de condiciones con automóviles y motocicletas, apoyando e incluso obligando a que se respete su presencia en las calles. Porque si de verdad se pretende alentar el empleo de la bicicleta como medio de transporte, lo mejor sería volcarse en un proyecto riguroso y profundo que concienciase y educase a todos, conductores, peatones y también ciclistas. “De acuerdo -me dice-, pero no te olvides de los imbéciles”.

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