Debo
ser un lector muy ingenuo, porque nunca he pensado que los novelistas quieran
decir más de lo que dicen. Cuando Franz Kafka dice que Gregorio Samsa despertó
una mañana convertido en un gigantesco insecto, no me parece que eso sea
símbolo de nada, y lo único que me ha intrigado siempre es qué clase de animal pudo haber sido. Creo
que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y había genios
prisioneros dentro de las botellas. Creo que la burra de Ballam habló –como lo
dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se hubiera grabado su voz, y
creo que Josué derribó las murallas de Jericó con el poder de sus trompetas, y
lo único lamentable es que nadie hubiera transcrito su música de demolición.
Creo, en fin, que el licenciado Vidriera –de Cervantes- era en realidad de
vidrio, como él lo creía en su locura, y creo de veras en la jubilosa verdad de
que Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las catedrales de París. Más aún:
creo que otros prodigios similares siguen ocurriendo, y que si no los vemos es
en gran parte porque nos lo impide el racionalismo oscurantista que nos
inculcaron los malos profesores de literatura.
Gabriel García Márquez: “La
poesía, al alcance de los niños” (27-1-1981), en Notas de prensa 1980-1984
(Mondadori, 1991)
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