El sabotaje
amoroso
Amélie Nothomb
Edición: Anagrama,
2016
Traducción de Sergi
Pàmies
La
vida propia como materia literaria. Cualquier asunto como materia literaria.
Amélie
Nothomb recrea en esta novela parte de los tres años (de los cinco a los ocho)
que vivió en Pekin, en el barrio de San Li Tun, donde se ubicaba el gueto de
los diplomáticos. La época es a principios de los 70. Los dos pilares sobre los
que se sustenta la obra: la guerra y el amor, ambos unidos por el pegamento de
la infancia.
Los
niños del gueto reproducen el mundo de los adultos a su manera. Se organizan en
dos bandos y se declaran la guerra, una guerra que consiste en peleas,
secuestros y torturas al margen de los adultos. La justificación es tan simple
como tremenda: necesitan enemigos para sobrellevar una vida rodeada de fealdad
y aislamiento, la fealdad de China y el aislamiento de las familias de
diplomáticos.
En
ese contexto aparece Elena, una niña italiana que deslumbra y enamora a la
protagonista, la pequeña Amélie. Elena encarna muchos de los estándares
amorosos que descubrimos en grandes obras literarias (la altivez, el desdén, la
crueldad, el juego...), que son sufridos por la narradora y reflexionados muchos años después.
Los
temas de la guerra y el amor son llevados al terreno de la infancia,
contrastando la poca edad de los actores con la complejidad de los asuntos en
cuestión. El lenguaje bélico de la narradora invade toda la novela (y contamina
los dos temas principales) y junto a la profundidad de las reflexiones, en
contraste con la edad de los protagonistas, causa una extrañeza que atrapa al
lector (al menos a este lector). Por ejemplo, las estrategias militares, las
técnicas de interrogatorio o el plan para ganarse el amor de Elena, no tienen
desperdicio.
Una última apreciación. Durante
la lectura de esta novela se tiene la duda constante de no saber dónde acaba la percepción de la niña
de siete años que vive lo narrado y dónde empieza la reflexión adulta que nos
lo cuenta después. O quizá, más que duda sea confusión de dos puntos de vista, el adulto analítico y el infantil precoz; y fruto de esa confusión percibimos, o bien algo de inverosimilitud en la historia, o bien que la infancia y la edad adulta conforman indisolubles la persona que somos.
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