jueves, 20 de diciembre de 2018

Postelectoral


En primero de carrera, Filología, elegíamos delegado. Uno de los candidatos recogió el testigo de la inutilidad que la figura del delegado suponía y anunció como principal -y creo recordar único- punto de su programa: “votadme y mañana dimitiré”. Todo en señal de protesta por la función puramente ornamental del delegado. Y votamos. Y salió elegido. Y no solo no dimitió al día siguiente, sino que lo tuvimos como delegado curso tras curso, hasta quinto. No conseguimos grandes cosas durante la carrera, pero él se hizo bastante popular entre el alumnado y también entre el profesorado. Él era un animal político, sin duda; nosotros, crédulos, maleables y apáticos. 
He recuperado este recuerdo tras las elecciones andaluzas. La postura de Vox en ellas me recuerda a la de aquel candidato.  Por un lado, participa en las elecciones a una administración, al autonómica, que asegura suprimirá si tiene la ocasión. Por otro, presenta un programa de aspiración nacional, sin propuestas concretas, específicas, aplicables a la vida concreta y específica de los ciudadanos de una comunidad, que sirve por igual para Cádiz que para Girona, es un decir. 
Como la del candidato universitario, la de Vox me parece una postura oportunista que alimenta de manera simple ideas esquemáticas, en un momento propicio para lo emocional. Su mensaje ha conseguido unir a personas desencantadas con el PP, con personas hartas y temerosas, con personas nostálgicas del “una, grande y libre”, en un voto por oposición, en su mayoría. Oposición a los partidos que no han sabido solucionar problemas importantes para la vida y la convivencia. Oposición al vecino, discrepante o diferente. Oposición a la reflexión y el análisis, que generan incomodidad e interrogantes. 
Así que no, no creo que los 400.000 votantes andaluces sean fachas, pero compartir cartel con quienes lanzan vivas a Cristo Rey o cantan El novio de la muerte, a mí me produciría ardor.


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