miércoles, 23 de enero de 2019

Rumbo


Mi vecina Felicidad, Feli, está preocupada. Conmigo, porque no escribo apenas, dice; pero, sobre todo, con el panorama político y social, que está escribiendo una página bastante lamentable en nuestra historia, se lamenta. Como suelo hacer cuando Feli irrumpe en casa impulsada por el enfado, la indignación, el entusiasmo o la preocupación, la dejo hablar sin interrumpirla, mientras descorcho una botella de vino y busco cualquier cosa para acompañar. Dice que a sus sesenta años hay cosas que creía ya superadas, asuntos consolidados, una dirección clara y ya inalterable en la que nuestra sociedad se desplaza, con algún traspiés que otro, pero sin volver la mirada atrás ni, mucho menos, girar el sentido de nuestros pasos. “Vamos, que estaba segura de que Orfeo esta vez sí que iba a sacar a Eurídice del inframundo, definitivamente”. Y se lanza a poner ejemplos, como los derechos humanos, de la ciudadanía o de la infancia, la abolición de la pena de muerte, el sufragio universal, la educación obligatoria, la sanidad pública, la igualdad, el estado de derecho, el pacto social, la laicidad de la vida pública, la democracia, la separación de poderes… “No, esto último no vale, que con tanto ejemplo confundo consolidación con anhelo”, rectifica Feli, para continuar: “Creía firmemente que se habían tomado decisiones trascendentales con el suficiente consenso y apoyo ciudadano como para construir sobre ellas la modernidad de nuestra sociedad. Decisiones tomadas en frío y con calma. Sin embargo, ahora, en esta última década, pienso que seríamos capaces cambiar radicalmente de rumbo, animados personal y corporativamente por el interés, la precipitación y la nostalgia”. No nos atrevemos a brindar. Bebemos en silencio. Y le prometo que intentaré escribir más. Y mejor.


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