Un profesor universitario de Derecho
Constitucional mostraba su preocupación por la respuesta de buena parte de sus
alumnos de primero ante la petición de que redactasen un proyecto de ley
orgánica. El aumento de propuestas como la implantación de la pena de muerte,
la prohibición de partidos independentistas, la supresión de la educación
básica para extranjeros, el derecho al uso de armas contra okupas, la
prohibición del aborto... son algunos ejemplos que él achaca, sobre todo, al
poder manipulador de las redes sociales cuando se convierten en la única fuente
de información.
Que las redes sociales son una herramienta cuyo poder no
estamos preparados para utilizar adecuadamente es algo que me viene rondando la
cabeza desde hace tiempo. Que el miedo a lo desconocido y a lo distinto es una
fuente inagotable de ideas reaccionarias es una certeza cada día más evidente. Que todo eso tiene mucho que ver con nuestras lamentables políticas educativas,
empeñadas en contenidos y negligentes en educación,
subrayado y en cursiva y negrita, deja poco espacio para la duda. Que la visión
de un futuro sin alicientes ni expectativas también ayuda, parece
incontestable.
Y todo eso incide, en relación al caso mencionado, en algo que
debería preocuparnos especialmente y de lo que he hablado en otras ocasiones.
Nuestra sociedad hace tiempo que marcó un rumbo del que no debería desviarse,
porque desviarse sería regresar al cuarto oscuro del que salió hace ya tiempo.
Me refiero al rumbo de los derechos fundamentales, la igualdad, la integración,
la laicidad... El rumbo que busca, como el mismo profesor reflexiona, reconocer
derechos más que imponer prohibiciones, anteponer el derecho a la ideología. Un
rumbo, en definitiva, que puede tornarse errático sin una tripulación, la
ciudadanía, preparada. No sé a qué estamos esperando, sinceramente.
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